La llegada a Túnez nos pilló en pleno disfrute del desayuno. Habíamos optado por visitar las ruinas de Cartago y un típico pueblecito Sidi Boud Said. Cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos casi atracando en la dársena del puerto (todo un espectáculo para quien no está acostumbrado a las dimensiones de una nave como la nuestra).
Tardamos un rato en bajar porque se tenía que presentar la documentación del pasaje y, luego, nos organizaron una buena cola para presentar los pasaportes. Hasta tal punto, que durante la espera antes del edificio de la oficina propiamente dicha ya nos esperaban con distintas propuestas para hacernos una “foto” en plan califa con trono y todo o subirse a un dromedario.
Los autobuses nos acercaron a la ciudad y, aunque gran parte de la Cartago legendaria ha desaparecido bajo los cimientos de muchas viviendas bajas, nos aproximamos en primer lugar a lo que fue un típico puerto púnico (lo que queda, claro).
Llama la atención su forma circular que permitía, según el guía, disponer el atraque de los barcos en círculos concéntricos en la parte interior del puerto, lo que suponía una importante concentración de actividad en un mínimo espacio motivado por la necesidad de ocultar el propio puerto de la mirada de las naves romanas que pudieran rondar la costa en busca de objetivos militares. A esta estrategia le añadían todo un arte de ocultar los palos de las naves para que no se vieran desde el mar lo que, siguiendo la narración del guía, se ponía en práctica al desmontar un barco en poco tiempo teniendo numeradas e identificadas cada una de sus partes. Esta idea fue copiada, posteriormente, por los romanos.
Es una lástima que lo que queda sean cuatro piedras y un trozo de tierra circular arrasado hasta sus cimientos, ya por los acontecimientos de la historia o por ser una excelente cantera para edificar, a lo largo de los siglos, numerosas viviendas de la zona.
Nuestro cicerone nos explicó todo esto casi sin bajar del autobús(¿¡!?), mientras pasábamos junto a los restos púnicos. Su intención era que pudiéramos disfrutar de lo que fue Cartago Nova adelantándonos a los numerosos turistas que llegarían haciendo recorridos similares y así no nos robaran demasiado tiempo en las taquillas de entrada al complejo arqueológico. La entrada según el guía costaba 2€, pudimos comprobar más tarde que en taquilla indicaban 1€.(¿¡!?)
La visita comenzaba con un paseo por algunas “calles” viendo restos de enterramientos o fragmentos de distintas partes de la ciudad hasta llegar a una especie de mirador desde el que se podía contemplar lo poco que quedaba de la Cartago romana (de ahí lo de Cartago Nova). En su momento los cartagineses pagaron su derrota con el empeño de los romanos de hacer desaparecer la ciudad hasta los cimientos por lo que ver restos cartagineses en esa zona era muy difícil, por no decir imposible.
En la práctica lo más evidente son los restos de los baños de Antonino y de estos quedan en pie una columna y parte del entramado de pasadizos que había bajo tierra para que los esclavos dieran servicio a los romanos que llegaban en el piso superior a disfrutar de las instalaciones. Tras la visita un breve descanso para tomar un refrigerio a la salida mientras tu mirada recorre el conjunto que, aunque esté junto al mar, no deja de resultar decepcionante.
Nuestra siguiente parada era un pueblecito muy cercano y encaramado a una colina desde la que se ve la bahía sobre la que se asienta la capital del país, nos referimos a Sidi Boud Said. El autobús nos dejó a unos doscientos metros de la “zona típica” del pueblo. Había que armarse de paciencia y subir esa distancia con un calor que iba agobiando por momentos. Las explicaciones de nuestro anfitrión iban poco a poco resbalando por las neuronas a medida que apretaba el calor y lo único que buscaba uno era la sombra.
Después de un pequeño recorrido por las calles inmediatas volvimos al punto de partida donde, cómo no, nos esperaban un sinfín de tiendas y comerciantes para venderte, bajo ese sol abrasador en muchos casos, cualquier cosa que te pudieras llevar de recuerdo. Desgraciadamente, comprobamos que las discusiones del guía con los comerciantes llegaban a un punto en que les daba igual si estabas o no delante lo importante era, evidentemente, la comisión.(¿¡!?) Uno se explica el por qué de actitudes anteriores y, es evidente, que lo que le interesaba a nuestro cicerone de una manera extraordinariamente descarada era su "participación" en las finanzas de las tiendas.
Tanto es así que después hemos podido darnos cuenta de que Sidi Boud Said era mucho más, por las fotografías y relatos de otras páginas web, que ese rincón en el que estuvimos. Sin duda, una lástima. Para colmo regresar al autobús se convirtió en un martirio al esperarnos a unos cuatrocientos-quinientos metros y bajo un sol infernal con un trayecto en el que no había sombras bajo las que cobijarse.
El siguiente destino era la Catedral de San Luís desde la que se tienen unas vistas impresionantes de toda la bahía y junto a la cual también hay numerosos restos arqueológicos. Pequeño descanso que permitía visitar los aseos y contemplar allá abajo los puertos púnicos y hacerse una idea del entorno de la capital del país.
En nuestra ruta de regreso al barco quiso el guía que pasásemos junto a la mezquita a la que iba a rezar el jefe del estado tunecino. Edificio blanco impoluto junto al que no nos podíamos detener porque no estaba permitido aparcar y mucho menos visitarlo. El conductor pasó a poca velocidad y a algo más de doscientos metros le hicieron parar y tuvo que bajar a dar explicaciones.
Nos quedó un sabor más agrio que dulce de la visita. Tiene fama este país por sus playas, sus noches en el desierto, los escenarios de la guerra de las galaxias, pero en nuestro caso, como visitantes por un día, no resultó como se podía esperar de un lugar tan conocido y en el que numerosos cruceros hacen escala. No nos consoló el que algunos compañeros de viaje que fueron de compras por la Medina de la capital vinieran defraudados por la experiencia.
miércoles, 6 de abril de 2011
Crucero por el Mediterráneo Occidental(II)
martes, 22 de marzo de 2011
Crucero por el Mediterráneo Occidental (I)
Aunque este recorrido por el "Mare Nostrum" romano empezó en Barcelona creemos que ya hay un pequeño apunte en nuestro post sobre la Ciudad Condal. Así que empezamos con unas pinceladas sobre la ciudad y el puerto que nos acogen en nuestra primera escala.
Palma de Mallorca nos muestra desde el mismo Costa toda una panorámica de la zona del puerto con su catedral mirándose en la bahía dándonos la bienvenida.
Desde que los romanos pusieran su impronta por estos lugares en los que parecía florecer un poblado talayótico (típico de los pueblos asentados en Mallorca y Menorca anteriores a nuestra era) muchos acontecimientos han tenido lugar por estas islas. Como importante asentamiento para comercio en el Mediterráneo pasaron vándalos, bizantinos o musulmanes (con el emblemático Palacio de La Almudaina), la quisieron reyes (Jaime I o Felipe V) o piratas. Vivió sus épocas de esplendor (comerciando con el Magreb y las repúblicas italianas o renaciendo de sus decadencias con Carlos III) hasta que llegó la última invasión que es el turismo (léase nosotros entre otros muchos, claro).
Como ya habíamos visitado estos parajes con anterioridad nos quedamos tan ricamente descansando, mientras otra parte de nuestra "expedición" lograba contactar con amigos que viven en este enclave mediterráneo. Se acercaron a saludarles y disfrutar del escaso tiempo que parábamos en este puerto.
Creemos que merece la pena dedicar algo más que una referencia a Palma y, aún mejor, a la isla de Mallorca. Así que pondremos, con posterioridad al crucero, referencias tanto a nuestra visita (muy anterior a este viaje) como a la celiaquía. Eso si, las fotos ya tienen unos años, pero el lugar de referencia sigue siendo igual de interesante.
lunes, 30 de marzo de 2009
Lanzarote (y III)
El siguiente día nos dedicamos a descansar y dar "cuerda" a los niños.
Dimos una vuelta por "Puerto Rubicón", típico complejo comercial a la sombra de tantos hoteles como hay en Playa Blanca. Contemplamos los barcos amarrados y, como no, curioseamos por las tiendas.
Al atardecer nos decidimos por aproximarnos a un pueblecito que nos llamó la atención los días anteriores al regresar a nuestro "cuartel general" en el sur de la isla. Se trata de Femés, asentado en las faldas de la montaña La Atalaya, antes guarida de piratas. Visitamos su sencilla iglesia dedicada al patrón de la isla, San Marcial de Limoges, y paseamos sus blancas calles, pero nos atrae irremediablemente su espectacular mirador a 450 metros sobre el océano atlántico. Un lugar desde el que podemos contemplar Montaña Roja, Playa Blanca y la parte sur de la isla. Más allá de la línea mar-tierra tenemos una cita con la puesta de sol.
La jornada siguiente nos decidimos por el interior de la isla para lo cual empezamos por visitar la zona de La Geria, todo un ejemplo de cómo sacar el máximo partido a la tierra volcánica que nos rodea. El resultado es un paisaje peculiar al buscarse la humedad en un terreno aparentemente estéril para convertir la viñas y su fruto en el conocido Malvasía. Vino del que han disfrutado desde Carlos III a Walter Scott o William Shakespeare. Hay varias bodegas que ofrecen degustación de caldos acompañados de, por ejemplo, un queso típico del lugar.
Proseguimos hacia nuestra siguiente parada: el Jardín de Cactus ideado, una vez más, por César Manrique. Todo un elaborado muestrario de estas plantas tan peculiares para nosotros de formas y tamaños de lo más variopinto. Está situado en la localidad de Guatiza, municipio de Teguise. La forma del recinto, imitando un volcán, y la exposición de las variedades de cactus en terrazas concéntricas, por las que se puede pasear, nos llamó poderosamente la atención.
Se hace más llevadero si, como en nuestro caso, el calor aprieta en este "minihorno" y nos acercamos al bar que está situado a media altura del "cráter" y nos tomamos un refresco mientras contemplamos tranquilamente este singular espacio.
Olvidarse del reloj trae sus consecuencias entre las que nos asalta el paso de las horas y buscar donde comer antes de que sea demasiado tarde. Nos acercamos al restaurante llamado Lag-O-Mar en Nazaret, municipio de Teguise. Desgraciadamente, desde el punto de vista del celíaco, no había prácticamente nada que poder llevarse a la boca: todo rebosaba gluten por los cuatro costados, así que tuvimos que recurrir a un socorrido filete a la plancha y ensalada.
Si la comida para celíacos nos defraudó no podemos decir lo mismo del entorno volcánico en el que está construído. Aprovechando cada rincón, cada sombra de este pequeño laberinto nos encontramos unas escaleras, un pasadizo o un lugar para sentarse al amparo de una refrescante sombra.
En su día fue una casa diseñada para el actor Omar Sharif dándole un aire oriental en alguno de sus rincones. No andaba muy lejos el toque de César Manrique. También está concebido el lugar como centro cultural. Desde luego, el ambiente se presta a ello con conciertos (los domingos Jazz), debates, moda, incluso hay club de tenis y la posibilidad de alquilar dos apartamentos. No olvidar la "marcha" nocturna, las noches tienen su espacio bajo este risco de Nazaret.
La tranquilidad del restaurante hizo que nos retrasáramos en nuestros planes para seguir conociendo Lanzarote. Nuestro siguiente objetivo fue la Fundación César Manrique que ocupa lo que en su momento era su casa en Taro de Tahíche, municipio de Teguise.
La citada fundación busca difundir y conservar toda la obra del artista así como promover actividades culturales y medioambientales.
En el primer piso tenemos salas de exposiciones bajo una arquitectura que imita la típica lanzaroteña, pero con innovaciones modernas como pueden ser grandes ventanales que parecen mostrarnos todo un cuadro de la fuerza expresiva de la naturaleza con el contraste lava-cielo como motivo casi exclusivo.
En el caso del piso inferior tenemos toda una adaptación a las fisuras, recovecos y huecos de la colada volcánica con el típico contraste de rocas oscuras y la mano del artista de un blanco inmaculado. Pasillos estrechos para comunicar las distintas salas que, a su vez, presentan una decoración sencilla. Como colofón nos encontramos una pequeña piscina al abrigo de los vientos. Todo ello complementado con vegetación típica de la isla buscando un equilibrio entre lava, plantas y mano del hombre.
Nos parece que la visita a la fundación es imprescindible para darnos cuenta de lo que supone César Manrique para la isla y su búsqueda de la integración paisaje natural y obra humana.
Las sensaciones que nos deja la visita nos acompañan a medida que anochece hasta nuestro siguiente objetivo que no tiene nada que ver, pero el tam-tam que nos rodea nos dice que no podemos dejar la isla sin acudir: Puerto del Carmen.
Como en tantos lugares turísticos partiendo de un pueblo de pescadores se ha ido desarrollando toda una industria del ocio alrededor del puerto y el casco antiguo. Tenemos un conglomerado de pubs, bares, restaurantes, discotecas, tiendas y centros comerciales a lo largo de la Avenida de las Playas. Si te apetece quedarte por aquí tendrás también, como complemento, numerosas actividades deportivas durante el día.
Después de darnos un paseo y comprobar la cantidad de locales que viven la noche, entre los que vimos braserías con grandes posibilidades para un pescado fresquísimo expuesto para la clientela o una carne que invita a hincarle el diente, no nos pareció una mala idea acabar la visita aquí.
viernes, 27 de febrero de 2009
Lanzarote (II)
Queriendo aprovechar el día optamos por levantarnos un poco temprano, sin exagerar, para visitar Marte, digo el Parque Nacional de Timanfaya.
El símbolo del lugar, un alegre diablillo, ya da una idea de lo que nos podemos encontrar.
La primera impresión nos dice que este no es territorio para el ser humano, sino algo mucho más primigenio y poderoso ajeno a él. El respeto por este entorno hace que lo único que nos resulte familiar sea la carretera que nos lleva hasta el corazón de este dragón durmiente, si no hacemos ruído mejor, no sea que se despierte.
Llegamos al edificio construído sobre las fauces del "monstruo" en lo que se conoce como Islote de Hilario y desde el que podemos contemplar una vista apocalíptica de la isla.
Aquí sí podemos decir que cocinar sale gratis ya que, únicamente aprovechando el calor que emana del interior de este "bello durmiente", pueden prepararnos, por ejemplo, unas estupendas chuletas a la parrilla o unos pollitos bien tostados.
No es menos sorprendente que nos demuestren lo cerca que estamos de que las fuerzas telúricas se nos coman vivos arrojando unas cuantas zarzas a una pequeña sima de la que, de forma inmediata, surgen las llamas del infierno consumiendo enseguida el tributo. También nos enseñan cómo evaporar agua, sin ningún esfuerzo y sin tiempo para parpadear, al echar un cubo de agua en una especie de chimenea.
Podemos hacer una pequeña prueba: meter las manos en la tierra volcánica y comprobar que está calentita, si pasa eso bajo la suela de nuestros zapatos podemos intuir lo que sucede un poco más abajo.
Tras disfrutar de un refrigerio en estas instalaciones nos dieron una vuelta por el territorio virgen del Parque: la llamada Ruta de los Volcanes. Ni qué decir tiene que a uno le habría gustado contemplar, a prudente distancia y sabiéndose seguro, todo el proceso que originó semejante lugar y no como los lugareños que lo presenciaron, en vivo y en directo, entre 1730 y 1736 d.C. Me temo que con mucha menos curiosidad y que cambió, ni más ni menos, que la cuarta parte de la isla.
Sin duda la naturaleza se retuerce sobre sí misma para regalarnos esta joya. Los primeros signos de vida nos dicen que, de nuevo, la tenacidad de los líquenes y primeras plantas vuelve a colonizar las puertas del infierno.
Teniendo en cuenta que el paseo se realiza en autobús, sin posibilidad de bajar (para preservar el Parque frente al ser humano, irónico diría yo), las fotos que tomamos no le hicieron justicia, ni mucho menos. La que sigue es de las menos malas. Afortunadamente tenemos una muestra en la web de lanzarote virtual.
Una opción más de ocio está en la entrada a Timanfaya: un paseo en camello. La experiencia puede ser divertida según sientas el aliento del animal más o menos cerca de la nuca en la pequeña cabalgata que nos da un minipaseo por los alrededores del concurrido lugar. Llegando al Parque Nacional desde Yaiza, al sur, nos encontramos esta atracción a nuestra izquierda. Es un punto de información sobre las opciones que nos da este entorno y conocido como Echadero de camellos. Puede ser un tanto decepcionante si te esperas un viaje por las dunas del Sáhara y luego es una vuelta a la "manzana", o divertido si quieres tener una experiencia que imite, a muy pequeña escala, a Lawrence de Arabia.
La actividad volcánica de la isla tiene, entre muchos ejemplos, la zona llamada El Golfo (justo en el oeste de Lanzarote y junto al Parque Nacional). Al estar pegada a la costa tiene sus peculiaridades. Nos hacemos una idea del conjunto en una foto panorámica espectacular que nos brindan en lanzaroteisland. Si habitualmente vemos los cráteres más o menos completos tierra adentro aquí nuestro "anfitrión" vive entre dos mundos, tierra y océano, partido por las fuerzas de esos dos titanes. Parece una boca enorme petrificada que trata de engullir el mar. Un tsunami de piedra a punto de romper sobre su voluble oponente. Entre sus fauces ha conseguido atrapar la Laguna de los Ciclos con un característico color verde debido a un alga de origen marino.
Adentrándose entre olas pétreas hacia el centro de la lucha, una vez más, el viajero percibe su insignificancia frente a semejantes colosos. Solo queda callar y perderse entre viento, olas y rocas.
Para contemplar esta maravilla se puede llegar en coche por ambos extremos. El lado norte, donde está el pueblo del mismo nombre, El Golfo, y lugar en el que hicimos parada para comer.
Aquí hacemos un paréntesis y contar que disfrutamos de una delicia de pescados del día a la parrilla, con opciones como lapas con mojo picón y menos posibilidades en cuanto a carnes (comida eminentemente marinera). El restaurante Mar Azul(calle mayor,42.Tfno:928 17 31 32) nos dejó un buen sabor de boca.
Desde este pueblo, y dando unos cuantos pasos para aproximarnos al borde de esa zona de "lucha marítimo-terrestre", tendremos una perspectiva del conjunto. Si llegamos por el lado Sur nos meteremos directamente en la "boca del lobo". Un paseo por este espectáculo es casi obligado.
Poco más al sur de El Golfo nos encontramos Los Hervideros, un lugar también singular, que lleva un nombre tan apropiado por, de nuevo, el encuentro entre océano y tierra. El vulcanismo de esta isla ha determinado que en unos cuantos lugares costeros quedaran cavidades fruto de lo que en su momento fueron coladas o antiguos ríos de lava que, con la arremetida de las olas, se asemejan a enormes marmitas de agua hirviendo. En no pocas ocasiones, pueden dar un buen baño al viajero desprevenido al surgir entre las grietas o huecos, más o menos anchos, que invitan a asomarse para ver romper bajo nuestros pies el oleaje (siempre que tengamos un Atlántico inquieto y juguetón).
Al volver al hotel, en Playa Blanca, se presenta la opción de parar en las Salinas de Janubio, muy cercanas a los Hervideros, pero el día ha sido largo y nos merecemos un descanso.
sábado, 31 de enero de 2009
Lanzarote (I)
Sin duda, uno de los objetivos característicos de las vacaciones para muchos españoles y también de otras partes del mundo, sobretodo de Europa, son las Islas Canarias.
Si, además, con los años has ido visitando algunas de estas islas empiezas a hacerte una pequeña composición de lugar y a "clasificarlas" en tres tipos distintos atendiendo a un criterio tan válido como otro cualquiera como es el caso de la abundancia o ausencia de vegetación. Por una parte, las más occidentales que serían las que te llenan la vista con su verdor; en segundo lugar, las islas orientales digamos las más secas y cercanas al continente africano y un tercer grupo, las centrales, que no son ni uno ni otro caso.
Nuestro objetivo, esta vez, fue una de las islas afortunadas del lado oriental, quizás la que nos conecta más íntimamente con las fuerzas de la naturaleza que tenemos bajo nuestros pies: Lanzarote.
El cuartel general lo plantamos en el sur de la isla, en Playa Blanca. Desde aquí, y previo alquiler de coches, nos dedicaríamos a explorar la isla ya con referencias previas, muy concretas, para aprovechar el tiempo.
Iniciamos nuestro periplo en el lado opuesto de la isla, al norte, en lo que se conoce como El Mirador del Río (toma el nombre del brazo de mar que separa La Graciosa y Lanzarote al que se llama El Río). Aquí tenemos una de las muchas obras que el artista (arquitecto, pintor, escultor) César Manrique tiene diseminadas por toda la isla y que, en mayor o menor medida, le hacen omnipresente. Lo que era una antigua construcción militar pasó a ser un singular y espectacular mirador a 479 m. sobre el nivel del mar. Ya sea desde los ventanales de la cafetería, el paseo que lo rodea o desde su terraza podemos contemplar el arquipiélago Chinijo. En la nebulosa de la memoria te viene a la mente la clase de geografía y la enumeración de las islas Canarias con la Graciosa y Alegranza, que vemos perfectamente a nuestro frente, como guindas de un conjunto fascinante y, por entonces, muy lejano.
Si volvemos la vista hacia nuestra izquierda vemos la recortada y telúrica costa de la isla que visitamos(costa NW). Tenemos el Risco de Famara con la playa surfera a sus pies (oleaje y corrientes marinas peligrosos) y Las Salinas del Río bajo nuestras narices con yacimientos prehistóricos. Si uno quiere visitar esta última zona debe ir bien equipado y con víveres para todo el día ya que el acceso no es fácil.
Siguiendo ruta nos dirigimos a "La Cueva de los Verdes" (costa NE) en el dominio del Monte Corona, volcán al que hace "muy poco", apenas 3000-4500 años, se le ocurrió cambiar la parte norte de la isla y "decorarla" a su antojo. Fruto de este empeño tenemos bajo la capa superior de la colada de lava todo un conjunto de grutas y galerías subterráneas, de unos dos kilómetros, para las que hay pequeñas excursiones. Este complejo servía a los habitantes de la isla para esconderse y así evitar a los cazadores de esclavos y piratas berberiscos a partir del s. XVII. El recorrido nos muestra el "capricho estético" de las fuerzas naturales y se incluye un Auditorio que forma parte del Festival de Música Visual de Lanzarote. Desde un punto de vista científico no es muy difícil imaginar que supone un interesante lugar de observación del comportamiento de la Tierra. Se ensayan nuevas técnicas de estudio, gracias a un centenar de sensores instalados, colaborando centros científicos nacionales (como el Instituto de Astronomía y Geodesia) e internacionales.
Foto tomada de la web del Instituto de Astronomía y Geofísica.
Como el hombre es un animal de costumbres y, siempre que puede, hace un alto para reponer fuerzas esto es lo que nos sugirió nuestro estómago. Nos dirigimos a Arrieta y nos permitimos el homenaje de un popourri de pescados típicos de la isla, eso sí, sin gluten.
Volviendo sobre nuestros pasos al Malpaís de la Corona visitamos "Los Jameos del Agua". El nombre le viene, según parece, de la lengua aborigen y se refiere al hueco que queda al caerse el techo de una cueva volcánica.
Por un lado, tenemos el llamado Túnel de la Atlántida, es una gruta sumergida que se adentra en el océano hacia el Este. Solo el nombre nos dispara la imaginación evocando civilizaciones más o menos idealizadas.
Por otra pare, de la mano del siempre presente César Manrique nos "sumergimos", a través del llamado Jameo Chico, en un espacio lleno de contrastes. Pasando por el bar-restaurante, bajamos para encontrarnos un lago subterráneo que da al conjunto de la cueva una fascinante atmósfera de serenidad con un agua salada y transparente que parece relajarnos de forma casi inmediata. Andando pausadamente por la pasarela podemos ver los minúsculos y albinos cangrejos ciegos endémicos que parecen sacados de otro ambiente natural y puestos aquí por una misteriosa mano ¿atlántida?. Hay un contraste de color apabullante entre estos crustáceos y el entorno negro en el que viven. Al otro lado de la cueva subimos, poco a poco, a superficie, pero nos asaltan nuevas sensaciones: una piscina de un blanco deslumbrante, en lo que se llama el Jameo Grande, con vegetación acorde al lugar y rodeada de unas paredes volcánicas, casi negras, que le ponen límites al conjunto, pero no a nuestra imaginación. Parece un oasis en un medio tan poco acogedor como el volcánico.
Foto tomada de la página web de ciao.es
De nuevo en superficie nos encontramos la Casa de los Volcanes que nos da una interpretación de lo que es el proceso de erupción y posterior evolución de todo este paisaje.
Un cúmulo de sensaciones nos acompaña en nuestra vuelta al hotel,aunque todavía no es muy tarde, ya es hora de descansar. Un viaje también es relajarse y comentar lo vivido y por vivir: sigamos haciendo planes.