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miércoles, 6 de abril de 2011

Crucero por el Mediterráneo Occidental(II)

La llegada a Túnez nos pilló en pleno disfrute del desayuno. Habíamos optado por visitar las ruinas de Cartago y un típico pueblecito Sidi Boud Said. Cuando nos quisimos dar cuenta ya estábamos casi atracando en la dársena del puerto (todo un espectáculo para quien no está acostumbrado a las dimensiones de una nave como la nuestra).

Tardamos un rato en bajar porque se tenía que presentar la documentación del pasaje y, luego, nos organizaron una buena cola para presentar los pasaportes. Hasta tal punto, que durante la espera antes del edificio de la oficina propiamente dicha ya nos esperaban con distintas propuestas para hacernos una “foto” en plan califa con trono y todo o subirse a un dromedario.

Los autobuses nos acercaron a la ciudad y, aunque gran parte de la Cartago legendaria ha desaparecido bajo los cimientos de muchas viviendas bajas, nos aproximamos en primer lugar a lo que fue un típico puerto púnico (lo que queda, claro).

Llama la atención su forma circular que permitía, según el guía, disponer el atraque de los barcos en círculos concéntricos en la parte interior del puerto, lo que suponía una importante concentración de actividad en un mínimo espacio motivado por la necesidad de ocultar el propio puerto de la mirada de las naves romanas que pudieran rondar la costa en busca de objetivos militares. A esta estrategia le añadían todo un arte de ocultar los palos de las naves para que no se vieran desde el mar lo que, siguiendo la narración del guía, se ponía en práctica al desmontar un barco en poco tiempo teniendo numeradas e identificadas cada una de sus partes. Esta idea fue copiada, posteriormente, por los romanos.

Es una lástima que lo que queda sean cuatro piedras y un trozo de tierra circular arrasado hasta sus cimientos, ya por los acontecimientos de la historia o por ser una excelente cantera para edificar, a lo largo de los siglos, numerosas viviendas de la zona.



Nuestro cicerone nos explicó todo esto casi sin bajar del autobús(¿¡!?), mientras pasábamos junto a los restos púnicos. Su intención era que pudiéramos disfrutar de lo que fue Cartago Nova adelantándonos a los numerosos turistas que llegarían haciendo recorridos similares y así no nos robaran demasiado tiempo en las taquillas de entrada al complejo arqueológico. La entrada según el guía costaba 2€, pudimos comprobar más tarde que en taquilla indicaban 1€.(¿¡!?)

La visita comenzaba con un paseo por algunas “calles” viendo restos de enterramientos o fragmentos de distintas partes de la ciudad hasta llegar a una especie de mirador desde el que se podía contemplar lo poco que quedaba de la Cartago romana (de ahí lo de Cartago Nova). En su momento los cartagineses pagaron su derrota con el empeño de los romanos de hacer desaparecer la ciudad hasta los cimientos por lo que ver restos cartagineses en esa zona era muy difícil, por no decir imposible.

En la práctica lo más evidente son los restos de los baños de Antonino y de estos quedan en pie una columna y parte del entramado de pasadizos que había bajo tierra para que los esclavos dieran servicio a los romanos que llegaban en el piso superior a disfrutar de las instalaciones. Tras la visita un breve descanso para tomar un refrigerio a la salida mientras tu mirada recorre el conjunto que, aunque esté junto al mar, no deja de resultar decepcionante.

Nuestra siguiente parada era un pueblecito muy cercano y encaramado a una colina desde la que se ve la bahía sobre la que se asienta la capital del país, nos referimos a Sidi Boud Said. El autobús nos dejó a unos doscientos metros de la “zona típica” del pueblo. Había que armarse de paciencia y subir esa distancia con un calor que iba agobiando por momentos. Las explicaciones de nuestro anfitrión iban poco a poco resbalando por las neuronas a medida que apretaba el calor y lo único que buscaba uno era la sombra.

Después de un pequeño recorrido por las calles inmediatas volvimos al punto de partida donde, cómo no, nos esperaban un sinfín de tiendas y comerciantes para venderte, bajo ese sol abrasador en muchos casos, cualquier cosa que te pudieras llevar de recuerdo. Desgraciadamente, comprobamos que las discusiones del guía con los comerciantes llegaban a un punto en que les daba igual si estabas o no delante lo importante era, evidentemente, la comisión.(¿¡!?) Uno se explica el por qué de actitudes anteriores y, es evidente, que lo que le interesaba a nuestro cicerone de una manera extraordinariamente descarada era su "participación" en las finanzas de las tiendas.

Tanto es así que después hemos podido darnos cuenta de que Sidi Boud Said era mucho más, por las fotografías y relatos de otras páginas web, que ese rincón en el que estuvimos. Sin duda, una lástima. Para colmo regresar al autobús se convirtió en un martirio al esperarnos a unos cuatrocientos-quinientos metros y bajo un sol infernal con un trayecto en el que no había sombras bajo las que cobijarse.



El siguiente destino era la Catedral de San Luís desde la que se tienen unas vistas impresionantes de toda la bahía y junto a la cual también hay numerosos restos arqueológicos. Pequeño descanso que permitía visitar los aseos y contemplar allá abajo los puertos púnicos y hacerse una idea del entorno de la capital del país.

En nuestra ruta de regreso al barco quiso el guía que pasásemos junto a la mezquita a la que iba a rezar el jefe del estado tunecino. Edificio blanco impoluto junto al que no nos podíamos detener porque no estaba permitido aparcar y mucho menos visitarlo. El conductor pasó a poca velocidad y a algo más de doscientos metros le hicieron parar y tuvo que bajar a dar explicaciones.

Nos quedó un sabor más agrio que dulce de la visita. Tiene fama este país por sus playas, sus noches en el desierto, los escenarios de la guerra de las galaxias, pero en nuestro caso, como visitantes por un día, no resultó como se podía esperar de un lugar tan conocido y en el que numerosos cruceros hacen escala. No nos consoló el que algunos compañeros de viaje que fueron de compras por la Medina de la capital vinieran defraudados por la experiencia.